lunes, 22 de diciembre de 2008

Coñas de Navidad...

Pues bueno, mis colegillas con los que juego al Aoc pues hacen una fotillo asi divertida, esta es la de este año.



viernes, 7 de noviembre de 2008

Relato II

Dos miradas se entrelazaban, observándose mutuamente mientras que dos corazones latían, ardían, corrían acalorados, al unísono llenos de alegría. Pero una sombra acechaba, reptando silenciosa, cruel y despiadada, cubriéndolos lentamente. Afuera, un sonido se escuchó, la magia se rompió y ambos guerreros se vistieron con simples túnicas y aferraron sus armas para ir a investigar a la pequeña ventana, a través de unas rendijas en las contraventanas de madera, apartando las cortinas de seda, lo que vieron en el exterior les dejó helados.


Un grupo de guerreros, acompañados por dos brujos, estaban arrasando el poblado en el que se asentaba la posada en la que se hospedaban. La sangre manaba y teñía todo a su alrededor, surgiendo a borbotones de profundas y letales heridas de los cuerpos de los aldeanos. Un grupo de guardias intentó algo, sin éxito, inútilmente, al primero, tres certeras y mortíferas flechas de grises plumas perforaron pulmones y corazón. Al segundo, un jinete le dejó empalado y atravesado por su lanza a una pared, dejándolo ahí colgado, dejando una sombra de sangre en la anteriormente blanca pared, llegando hasta la arena del suelo que bebía ávida el icor carmesí. El tercer fue el que sufrió el peor destino, tuvo la loca idea de cargar contra uno de los brujos, quién hizo brotar negra magia de oscuras formas que se arremolinaba en torno a manos y brazos, fijando su sádica vista en el desdichado guardia. Cargado su embrujo, lo liberó con una sonrisa en sus finos labios, la muerte reflejada en sus gélidos ojos, impactando de lleno en el cuerpo del soldado. Este se retorció, con expresión agónica en su curtido rostro tostado por el inclemente sol del desierto, mientras las impías energías liberadas le arrebataban brutalmente el alma inmortal de su cuerpo y la entregaban a voraces demonios del abismo.


Con semejante demostración de fuerza y poder, los pobres aldeanos intentaron desesperadamente huir, pero pobres infelices estaban rodeados, era imposible escapar. A lomos de sus corceles o a pie, el sonido metálico y el resonar de cascos llenó por completo las calles de la pequeña población. El fuego comenzó a lamer las paredes y construcciones, devorándolo todo a su voraz paso, elevando el humo hasta las alturas, proclamando a los cuatro vientos el destino de la masacre que se estaba produciendo.


Ambas miradas, sin necesidad de contacto alguno, se tornaron duras y aceradas, la expresión torva y grave, decidiendo sin tener que compartir una sola palabra, que tenían que intervenir. El la besó a ella, dulcemente, ella sintió en su corazón un estremecimiento, intentó retenerlo, alzó la mano pero se quedó en el aire. Sabía muy bien que no podría, era de la misma pasta que ella, iría, plantaría cara, su acero en mano, ardiendo la sangre con el frenesí de la batalla. Le vio equiparse con su armadura rápidamente, mientras ella hacía lo mismo más lentamente.


Magbur -“Ve por el otro lado, si ves problemas vete”

No dijo nada más, no era necesario, algo más profundo e intangible que las palabras los rodeaban, les hacía entenderse, tras eso, se marchó mientras ella terminaba de armarse. Una risa escalofriante la detuvo antes que pudiera acompañar a Magbur, una figura salio de entre las sombras, esbelta, mirada fría, ropas finas y oscuras, casi ceñidas al cuerpo, dos largas y afiladas dagas que brillaban tenuemente en la estancia, sus ligeros pasos como el viento no se escuchaban. Su piel morena apenas resaltaba entre sus vestiduras. La mano de Ikhara se cerró firmemente entorno a la empuñadura de su arma, mirando con dureza a la asesina.El aire cálido descendió de temperatura ante la intensa mirada que se prodigaban la asesina e Ikhara, moviendo despacio los pies, apenas levantando el fino polvo que se asentaba sobre las losas del suelo, un leve susurro, el acero brillando, expectante, ansioso. La respiración de ambas contenida, la dureza de la mirada gélida como el hielo y dura como el acero. Los ojos de Ikhara recorrieron veloces a su adversaria, evaluándola, sus dos dagas tenían un filo ligeramente aserrado, y por su aspecto no parecían envenenadas, esperaba que fuera así, no había peor muerte para un guerrero que morir bajo los efectos de un veneno.


Dio un paso adelante, la otra tensó su cuerpo como una gata erizada, una daga arriba, otra abajo, pinza y cola, llamaban a esa postura. Pues le iba a enseñar la garra de una leona cimmeria. Firme, decidida, con cautela, se inclinó a un lado, despacio, la espada interpuesta entre ella y la asesina, embrazando el escudo, poniendo los nudillos en blanco, controlando su ira, dejándola fluir lentamente, como una presa con pequeños hilillos de agua que se filtran por sus huecos. Pronto estallaría, pero antes que llegase tal momento crítico, probaría a ver qué tal era la habilidad de la asesina.

Y rápida cómo un relámpago se lanzó la asesina, rodando por el suelo, lanzando una sucesión de golpes, plantando los pies, Ikhara hizo frente a aquella acometida con un muro de acero, sus ojos moviéndose a la velocidad del rayo. No tardaron sus labios en esbozar una cruel sonrisa, era buena, muy buena, pero no lo bastante, pero, justo en ese hilo de pensamiento, una punzada de dolor estalló en su cabeza, furiosa miró, comprobando que tal insignificante distracción había sido aprovechada por la asesina para dejar una larga y fina estela rojiza, un corte sin importancia, un aviso, no habrían dos. Cargando como un mamut enfurecido, resonando el acero en movimiento, impulsó su cuerpo hacía adelante, la asesina se preparó, plantó Ikhara un pie y apoyó todo su peso en el, para fintar y moverse a la derecha, movió el escudo a tiempo para que dos golpes precisos impactaran en el, saltando las chispas y temblando este.


Con un giro de espada, golpeó a su oponente, el acero vibró en el aire, buscando morder la carne, pero sólo el aire le salió al encuentro, quedando este dividido en dos. No paró Ikhara en su iniciativa, siguió agitando el aire golpeando sin cesar, haciendo retroceder o desviar con ambas dagas algunos de sus golpes, los ojos de la asesina revelaron cierto pánico. Inesperadamente, arrojó una de las dagas hacía Ikhara, pero ella no se detuvo, clavándose ésta en uno de sus muslos, gruñendo e ignorando el dolor que le ascendía desde la pierna, avanzó para empujar con el escudo hasta pegarla a la pared a la asesina y acto seguido tomar impulso el brazo y hundir la hoja de su espada ascendentemente, sintiendo cómo el acero penetraba lentamente y cada vez más profundo el cuerpo de su oponente, sintiendo cómo la cálida sangre que manaba empapaba su mano, goteando al suelo. Con la respiración agitada, liberada ya parte de la ira que acumulaba, la preocupación se hizo hueco en su interior, dejando deslizarse el cuerpo inerte al suelo, liberó su espada y se puso en marcha, quitándose la daga y vendándose improvisadamente la herida.


Avanzando despacio, chasqueó la lengua, la herida no era grave pero le impedía avanzar tan rápido como le gustaría. Tras salir de la habitación, miró por el pasillo, encontrándose a dos sirvientes degollados y a un par de bandidos destripados por el camino mientras descendía las escaleras. Los chillidos y gritos del exterior sonaban apagados, no se encontraba bien, maldijo por lo bajo, algo sí que tenían las dagas, escupió al suelo, maldiciendo la impía alma de la asesina muerta. Se encaminó despacio hacía la puerta, apoyándose ligeramente en el marco, la estancia estaba revuelta, la mayoría de sillas rotas, los cojines de seda de varios y vivos colores desperdigados, las botellas caídas, rotas y con su contenido manchando el suelo, mezclándose con la sangre derramada de los asesinados.


Un par de antorchas entraron por una de las ventanas y el hueco de la puerta, yendo a caer sobre algunos cojines y cerca de las ricas telas que colgaban de las paredes, prendiéndose vorazmente enseguida. Un espeso y acre humo comenzó a llenar la sala, lagrimeando por los vapores, vio horrorizada una estampa que se le quedo de inmediato grabada a fuego en su mente, en su alma y en su corazón. Afuera, de pie, tras un reguero de muertos, estaba desafiante Magbur, acero en mano, enfrente de uno de los brujos y el líder de los bandidos. Al resto no se le veía por ningún lado, muertos por la bravura y habilidad del guerrero, pero el daño ya estaba hecho, apenas quedaba algún alma en pie y las casas eran presa del más voraz de los fuegos.


Bajo del caballo el líder de los bandidos, un hombre alto, de tez oscura como el ébano, de cuerpo muy musculoso, con una gran hacha esgrimida a una mano, pieles adornaban su armadura, oscura, de mallas con algunas partes de placas de metal. Magbur y el líder bandido se miraron, alzaron sus armas, comenzaron a intercambiar golpes, uno tras otro, saltando las chipas de ambas armas al entrechocar, el pelo de Ikhara se le erizó, sintió las oscuras energías fluir, miró, pálida, sudorosa, casi sin fuerzas al brujo, que entonaba uno de sus conjuros, no pudo sino mirar impotente cómo lo ejecutaba y lanzaba, dejando paralizado a Magbur lo suficiente para que el gran hacha del líder bandido cayera pesadamente sobre su cuerpo, destrozándolo, penetrando profundamente, arrebatándole la vida. Unas manos la sujetaron, miro y eran unas sirvientas, aterradas, con las pocas fuerzas que le quedaban se dejo guiar, sin poder dejar de mirar atrás, sintiéndose desolada por dentro, el corazón roto, sangrante por aquella pérdida irreparable. Se ocultaron, en un almacén secreto, los pocos bandidos que restaban terminaron de saquear aquello y se marcharon, Ikhara se sumió en una profunda negrura.

La recuperación fue un poco lenta, la respiración se hizo más regular a medida que transcurría el tiempo. Terribles pesadillas acudían a su dolorida mente para acosarla rememorando una y otra vez
la muerte de Magbur a mano de aquellos bandidos. Si no hubiera sido por la asesina y su maldito veneno, habría estado a su lado y hubieran salido victoriosos de aquél enfrentamiento. Mil veces ardiese el alma impía de aquella bruja estigia, aquella asesina en manos de pérfidos demonios. No sabría decir cuanto tiempo paso entre delirios, pero su cuerpo, fuerte, forjado en duras pruebas, salio de aquél trance, despacio, fue abriendo
los ojos, parpadeando varias veces, acostumbrando su vista a la intensa luz proveniente de una tea. Movió la cabeza, que le pesaba como si llevase un yunque en ella, vio a una de las sirvientas, la ropa desgastada, con algunos remiendos, algo de sangre reseca en uno de sus hombros, leves moratones en brazos y cara, se imagino frunciendo el ceño por lo que había tenido que pasar la joven, que tendría no más de veinte primaveras. Inspiró profundamente, se palpo detenidamente, estaba desnuda, busco por la habitación y encontró tanto sus armas como su armadura y su ropa. Silenciosa, despacio, como el viento que acaricia las hojas y las remueve sin hacer ruido, así se incorporó apartando las sábanas viejas y andando, notando el frío y húmedo suelo bajo sus pies. Se vistió despacio, mirando de tanto en tanto a la joven, tenía ojeras, los ojos ligeramente hundidos de muchas noches en vela, las mejillas marcadas, de negaciones y privaciones de comida, seguramente involuntarias.


Una vez vestida y armada, le tocó suavemente el hombro, con gesto amable, la muchacha a pesar de todo se sobresaltó, Ikhara esbozó una sonrisa, leve, no podía hacer más, no con el estado de su interior. Una vez la muchacha recobrada del susto, la observó y sonrió aliviada, levantándose y yendo a una pequeña cesta de mimbre, de su interior saco un paquete envuelto en paños, tendiéndoselo a Ikhara, quién al cogerlo y abrirlo vio comida preparada, algo de chacina y queso. Quedándose pensativa, cogió algo de queso y chacina, el resto se lo dio a la muchacha, que algo azorada pero con un brillo de alegría en sus oscuros ojos, comió ávidamente lo que le tendía.


Ikhara-"¿Qué ha pasado mientras he estado inconsciente?"

Muchacha-"Quemaron y saquearon, se llevaron a algunos como esclavos, luego se marcharon. No queda nadie más que yo y Ishnai, mi compañera"

Ikhara asintió, la voz de la muchacha era ligeramente nasal, no del todo desagradable, se ajustó las correas y abrió la pequeña trampilla de madera que daba al almacén de la posada. Alerta, haciendo crujir los peldaños de madera tosca bajo su peso, vio cómo apenas quedaba nada en pie, estaba arrasado. Cadáveres carbonizados o colgados de los restos, otros medio devorados por las bestias, ando por entre las ruinas calcinadas del poblado arrasado. Con el corazón encogido, fue andando despacio, temerosa de lo que pudiera hallar, pero, para su sorpresa, no estaba su cuerpo. Alarmada, lo buscó por todas partes sin hallarlo, entonces, al mirar a la muchacha, esta le indicó un pequeño túmulo a las afueras, bajo un menhir labrado y antiguo. Observó con ojo crítico la obra, suspiró, a falta de mejores medios, mal no era el lugar, nunca había orado, Crom no admite tales debilidades, en su lugar, en un susurro sólo para sus oídos y el viento que se llevó las palabras, dio un último adiós a aquél guerrero. Preparó lo poco que tenía, se abasteció de agua y emprendió su viaje, ya nada la retenía allí, lugar al que nunca volvería.



El viento removía sus cabellos oscuros, sus pensamientos eran ominosos, más oscuros todavía, el viaje había sido arduo, estaba llegando de noche a Khemi, la última gota de agua de su cantimplora se la había bebido aquella mañana, tenía los labios resecos y le ardía todo el cuerpo. Tenía arena hasta lugares que no creía conocer hasta ese momento, sus ojos ardían aún más que el horizonte en aquél abrasador lugar. Los guardias, estoicos por naturaleza, no terminaron de decidirse si lo que estaban viendo que entraba era un humano o un demonio, pero no quisieron salir de dudas, dejándola pasar. Sin dedicarles ni siquiera una mísera mirada, Ikhara avanzó hasta la primera posada que encontró, la Taberna de la Serpiente, bufó al ver el cartel de madera que colgaba y tras suspirar recorrió los pocos escalones que daban al interior. Una vez traspasó las puertas de labrada madera, con ricos motivos, dejo atrás al posadero, ubicado detrás de la amplia barra, mirándola con ojos escrutadores y temerosos, se paró Ikhara un momento, recorriendo con la vista la amplia sala común, llena de cojines, enrejados de madera, sedas y camareras con poca ropa. Localizó un lugar libre, algo apartado y se sentó en los mullidos cojines de suave tacto y colores diversos. De inmediato una solícita camarera, sonriente, se le acercó. Alzó sus dos ojos como carbones encendidos, hielos humeantes, a lo que la camarera dio un paso atrás, de sus labios resecos, de su lengua rasposa por la sed surgió una única e imperiosa palabra.

Ikhara-"Cerveza"


La camarera, deseosa de alejarse, asintió y se marchó corriendo, trayendo al poco una enorme jarra de espumosa y fría cerveza, Ikhara la observó con avidez, sonriendo, cerrando los ojos y vaciando el contenido, suspiró más tranquila, miró a la camarera y esta entendió de inmediato que le trajese más. Esta vez volvió con cuatro jarras, Ikhara asintió conforme y sacó de su saquillo de cuero un par de monedas de plata.

Ikhara-"Trae también comida, lo que sobre para ti"


Ante el brillo y la generosidad de Ikhara la camarera se relajó, más solícita que antes y le trajo una bandeja con viandas varias. Ya más tranquila, se dedicó a saciar su sed y hambre, su aspecto, cubierta de polvo del desierto, amplia armadura sólida, escudo y espada, así como su fiero semblante, daba clara señales, que no pocos advirtieron, que no quería ser molestada y que de hacerlo alguien, lo lamentaría. Pero, a pesar de ello, siempre están los bravucones o los borrachos. Y precisamente un bravucón borracho se acercó medio tambaleándose a ella, y echadole su fétido aliento que apestaba a alcohol y otras sustancias mucho menos agradables se dirigió a ella, el silencio se hizo en la sala.


Borracho-"Ej tú..ghuapa..¿qhuire.ssss sabeee lo quee un hoimbre de vie.. rdaaa..? ji ji ji.."


Sin mirarle, frunciendo el ceño, sacó una daga y con un rápido gesto se la clavó en la rodilla, haciendo que gritase como un cerdo desangrándose, quedándose inclinado, le cogió de los pelos húmedos y grasientos y con el guantelete enfundado en su mano cerrada en un puño lo descargó de pleno en su nariz, notando cómo esta se quebraba y manaba sangre en abundancia. Con un tirón del brazo alejó al borracho que quedó tumbado en el suelo rezongando y maldiciendo, las risas estallaron y las conversaciones se reanudaron de nuevo, aunque atentos ojos tomaron nota de lo sucedido. Una vez terminó de comer, se levantó y salió a la calle, con el objetivo en mente de dirigirse a la pequeña sede que tenía su Orden en la ciudad.

La noche era oscura, la luna y las estrellas parcialmente ocultas por una banda de nubes pasajera, no era buen presagio, el polvo levantado por el fuerte viento le daba un tono rojizo a la luna al contemplarla, se derramaría sangre aquella noche. Mirando a los lados con desconfianza, la mano en la empuñadura de su espada, el escudo colgado en su espalda, tapándola por completo, le ofrecía protección contra ataques por ese lado. Las calles, barridas por la arena y el viento nocturno, aparecían bastante desiertas, eso no le gustaba a Ikhara, sus pasos resonaban ligeramente mientras avanzaba, a lo lejos, difuminada, la sombra de las antorchas de algunos guardias de patrulla, siguió caminando, mirando recelosamente a los lados y a algún tejado también. De fondo, ahogados, se escucharon unos gorgoteos, no les prestó atención, siguiendo su camino, doblando algunas esquinas y entrando en un pequeño arco abovedado de piedra entre las casas de adobe. Entonces vio a un grupo de matones acosando a una joven estigia, de ropas amplias y finas, algunos velos coloridos, una bailarina. Mientras se acercaba despacio, sujetando la hoja de su espada para que al desenvainar no hiciera ruido escuchó un retazo de la conversación que estaba teniendo lugar.


Matón-"...vamos preciosa, baila para mí.."


Matón2 -" Déjalo ya , es una ramera, con las rameras no se tienen miramientos"


Unas risas se escucharon, contabilizó unos seis, una proporción desmedida, pero se tendría que apañar sólo con esos pocos. Avanzó decidida, viendo cómo uno de los matones, de ropajes estigios, unos estibadores del puerto por su indumentaria, intentaba sujetar por el brazo a la joven. Esta pareció algo contrariada, sin saber aparentemente cómo tomar la llegada de Ikhara, a la que había descubierto antes que el resto.


Ikhara-"Yo que tú no haría eso, largaos"


Los hombres se quedaron quietos unos instantes, luego se miraron y se echaron a reír, sonriendo lobunamente sacaron porras y algunas dagas, Ikhara decidió que ni merecía la pena el esfuerzo de sacar el escudo. Así que cargó hacía adelante, sesgando el cuello de uno de los matones de un rápido tajo, destripando a otro de otro tajo en el vientre, para posteriormente hacer un giro con el arma y de un golpe ascendente amputar el brazo del arma a otro, dio un paso atrás y descargó la hoja de su espada entre el cuello y el hombro, enterrándola profundamente, apoyó una bota de acero en el estómago y tiró con fuerza, agachándose para esquivar un golpe y dándole un puñetazo en la entrepierna, para luego con la rodilla asestarle en pleno rostro. Sonriendo, apoyó la bota sobre el pecho, sujetándole y enterrando profundamente y de forma lenta y dolorosa la hoja de su espada en su cuerpo, entre los gritos de agonía y dolor del matón. Escuchó un gorgoteo a su espalda, se giró y vio a uno de los matones con el cuello rajado, desangrándose y con las manos manchadas de su propia sangre intentando contener en vano la mortal hemorragia. Detrás, con cara de inocente, la bailarina, parpadeó al verla encogerse de hombros y sin poder reprimirse estalló Ikhara en carcajadas. Limpió su arma y la envainó, indicándole que la siguiera, caminando juntas hasta un pequeño sótano, acogedor, bien amueblado, escondido de miradas indiscretas, la habitación, refugio y hogar de la bailarina.


-"Bienvenida a mi hogar, mi nombre para los que me conocen es Nasshira, alabado sean los hilos del Destino que me te trajeron a mí. ¿Quieres té, agua, vino..?"

Ikhara-"No gracias, Nasshira, mi nombre es Ikhara, tienes cara de estar informada"


La aludida sonrió enseñando una ristra de perlas blanquecinas por dientes, asintió, ambas se sentaron, acomodándose, algo en el interior de Ikhara, su intuición femenina y de guerrera experta, le decía que hasta el punto adecuado, era de fiar.


Nasshira-"Estoy en deuda de sangre con vos, me habéis salvado la vida. Si puedo hacer algo, lo haré, lo que sea"


Ikhara alzó una ceja ante la forma de pronunciar las últimas palabras, negó con la cabeza rechazando tal proposición. Su semblante se tornó grave y oscuro.

Ikhara-"No, lo que necesito es información, de ciertos individuos a los que quiero ver muertos y no de cualquier forma"


Nasshira asintió, ahora la veía mejor, con una pequeña falda de hilo negro, una blusa oscura, piel morena, fina, brazos y piernas fuertes, constitución atlética, delgada y fibrosa, su rostro era anguloso, hermoso, con ojos ambarinos, brillantes e inteligentes, observadores, realzados por un maquillaje o tatuajes de color negro en su rostro, enmarcado por unos cabellos rojizos como el fuego. Si hubiera sido un hombre el deseo hubiera brotado como en un incendio. Su voz era melosa, melódica y modulada, bien trabajada, sonaba igual que un riachuelo para el sediento.


Nasshira-"Te conseguiré lo que pides, mi honor está en juego, ahora, descansemos"


Le agradaba, no sabía porqué, pero era así, a pesar de todo, incluido la mención al honor, su rutina como guerrera y aventurera la hizo dormir con el arma cerca, en un duermevela constante, reparador a medias pero suficiente para descansar y despertarse al mínimo peligro. La mañana llegó con noticias, el desayuno y una alegría, charlando mientras desayunaban, Nasshira le indicó que había averiguado el paradero del brujo y del guerrero, se habían separado. Mientras pensaba qué hacer, charlaron amistosamente, conociéndose un poco más. Aún debía de reponerse del todo, necesitaría de todas sus fuerzas para acabar lo que había empezado.

Nasshira abrió sus ojos lentamente, parpadeando ante la luz que hería sus sensibles ojos, le dolía la cabeza y el costado, apenas consciente observó el techo de madera y paja, olió el humo del hogar que ardía, preparándose algún tipo de suculento alimento que le hizo revolver su estómago gruñendo, pidiendo comida.

Al girar la cabeza pudo observar el interior espacioso de una choza, sentada frente al fuego, vestida con unos pantalones, unas botas y una túnica de piel todo, dejando el largo cabello negro y espeso cayendo libremente por su fuerte espalda, Ikhara giró la cabeza y al verla despierta sonrió levemente. En sus ojos parecía haber una nota de tristeza.


Ikhara-"Veo que te has despertado, me alegro, la comida estará pronto lista


Nasshira-"¿Cuánto tiempo llevo durmiendo, dónde estoy?"


Ikhara-"Estás en mi casa, en la aldea de Conarch. Has estado durmiendo durante cuatro días, esa araña te dio duro y el veneno no ayudó mucho"


Nasshira alzó las cejas, rió suavemente notando cómo tironeaban las vendas y la herida de su costado, decidió no levantarse, aquél simple gesto le había hecho que todo le diese vueltas, se recostó de nuevo, sintiendo la suavidad de las pieles sobre su cuerpo, se dedicó, tras cerrar unos instantes los ojos, a recorrer la estancia.

Esta no era excesivamente amplia, ni lujosa, vio la armadura de la guerrera, limpia y colocada en una percha. Un par de cajones de madera, un pequeño armario y poco más era todo el mobiliario que poseía. Alzó un poco la piel que la cubría y vio que estaba desnuda, miró alrededor y descubrió su ropa y dagas bien dobladas y a la vista, al alcance de la mano, en el suelo. Se palpó la herida, contrajo el gesto, tardaría algo en sanar, Ikhara se incorporó y le acercó un humeante cuenco de madera con una cuchara, con una sonrisa Nasshira lo aceptó y devoró su sabroso contenido. No dejó de reparar en que Ikhara apenas probaba bocado, su rostro estaba ligeramente macilento, con ojeras, signos de haber llorado amargamente y su cuerpo con indicios de haber descuidado su alimentación.


Nasshira-"¿Ocurre algo?"


Ikhara alzó su mirada triste y algo perdida del fondo del cuenco apenas tocado y suspiró con un gran pesar en el gesto.


Ikhara-"Mi hermano, mi única familia, ha muerto estando yo fuera"


La forma de decirlo, y siendo quién era, decidió Nasshira que era mejor el silencio por respuesta, asintiendo y terminando su comida. El cuerpo, cansado y todavía sin reponer del duro combate sufrido, la reclamó para un profundo sueño al que abrazó con una sonrisa contenta de sumirse en la agradable negrura.



El tiempo pasó y pudo levantarse, observando cómo Ikhara se marchaba mucho tiempo para volver llena de sangre y exhausta, con la mirada perdida y el rostro grave. No entendía ni entendería jamás a los cimmerios y más a aquella peculiar guerrera, pero la había salvado una vez más de las garras de la muerte, cuando saldaba su propia deuda matando a los asesinos del guerrero que amaba Ikhara, aquella maldita araña no había entrado en sus planes y Set le había bendecido, o maldecido, con una vida más larga. Entonces, decidió ayudarla, preparando la comida y tinas de agua limpia para que se lavase.



Ikhara no conocía el reposo, las duras y cruentas luchas a las que se lanzaba no conseguía calmar a su espíritu dolido. Mientras seguía en la distancia a la asesina en su búsqueda, tratando de devolver la deuda contraída con ella al haberla salvado en Khemi. A su vuelta, salvándola, irónicamente, de nuevo, conocedora de la región y sus peligros, de una muerte envenenada, se había enterado al regresar de la muerte de su hermano, en batalla, gloriosamente por las heridas sufridas mientras una montaña de cadáveres de vanires estaban tendidos a sus pies. Habían podido recuperar la espada de su familia, habían rechazado un feroz ataque gracias a su intervención, había honrado el nombre de la familia. Le habían enterrado con honores, como a su padre, ahora sólo restaba ella, nadie más.


Volvía de una de esas casi suicidas salidas, incursiones casi al corazón de los vanires, matando sin cesar, tiñendo su espada de sangre hasta rebosar, empapada en ella, embotada casi y llena de heridas y restos de sus enemigos muertos, pero aún así, con los corazones de muchos vanires encogidos ante el temor de su posible regreso, no hallaba paz alguna. Tras bañarse y limpiar su armadura y arma en un gélido estanque, formando volutas de humo su aliento, meditaba mientras se cubría con una gruesa piel. Sentada en una roca pelada, miraba al infinito mientras se preguntaba sobre su vida y Destino. Ninguna voz le respondió, ninguna respuesta le llegó, nada, sólo el vacío más absoluto, ni las riquezas que había cosechado ni las muertes y victorias conseguidas, nada de eso le llenaba.


Se miró en el reflejo de la hoja de su propia espada, distorsionada por su forma, ninguna lágrima acudió esta vez, simplemente no quedaban, ellas también se habían marchado, también la habían abandonado. Suspiró, viendo cómo las finas estelas de humo blanquecino se deshacían en el aire a media que ascendían. Algo dentro de sí prendió al observar aquello, dentro de su roto interior algo comenzó a germinar, a forjarse, a arder. Se incorporó altiva, serena y fuerte como nunca, volviendo a su hogar tras hallar las respuestas que en silencio se había formulado.


Allí, en su choza, limpia y cuidada, encontró a Nasshira, quien la recibió con una cálida sonrisa, Ikhara se la devolvió entrando y tras cerrar la puerta de madera, enseñándole unos cuantos pellejos de vino y un gran trozo de carne. En silencio, prepararon la comida y se sentaron mientras comían y bebían, al acabar, Ikhara miró con ojos llenos de luz a Nasshira.


Ikhara-"Como no pienso seguirte allá a dónde vayas, salvándote de los peligros en los que te metes con tu idea de saldar la deuda, voy a acogerte, a apadrinarte cómo si fueras mi hermana menor"


A Nasshira casi se le cayó la copa de vino de las manos, sorprendida, sin saber qué decir, finalmente sonrió y asintió conmovida por dentro.


Ikhara-"Ya no me debes nada por tanto, toda deuda saldada, sobre mi recae ahora un gran peso. Cuando esa tarea acabe, quiero que te ocupes tú de todo"


Nasshira, sin entender al principio, alzó sorprendida las cejas primero y asintió después, aceptando lo que se le pedía. Alzaron ambas sus copas y brindaron, bebiendo sin parar, riendo y contándose chistes hasta caer borrachas y rendidas, mañana sería otro día.

Ikhara estaba cansada, sudaba copiosamente, le temblaba el brazo, los dos últimos años habían sido agotadores, casi sin poder hacer nada, gastando lentamente sus ahorros, conseguidos con duro esfuerzo, sangre y sudor, acero y muerte. Ahora estaba recuperándose de todo aquello, a sabiendas que Nasshira se ocuparía bien de todo.

Miró alrededor, en la arena yacía un cadáver, una masa informe, un demonio invocado sólo para enfrentarse a mí, una dura prueba, al menos eso creían ellos. Había costado más de lo esperado, pero sólo era porque estaba en baja forma, en condiciones normales hubiera podido enfrentarse a tres de aquellas bestias con soltura. Ahora le había costado horrores el poder matarla. Sin embargo, ahí estaban, los vítores y aclamaciones, eso sin duda les llamaría la atención. Había oído susurrado sus nombres, ciertas hazañas logradas, en pequeñas escaramuzas y asaltos. También en más de una taberna por las escenas que montaban, arrasaban con la cerveza, acosaban a las camareras, se emborrachaban y peleaban, cantando, coreando su canto, su himno tan particular.


Escupió al suelo, saliva y sangre, fruto de un golpe de revés del dorso de la mano de la bestia, le había hecho sangrar el labio. Encaminándose lentamente, con el crujir de la arena bajo sus botas de metal, dejo atrás el graderío de mármol, situado a varios metros, por encima del muro que impedía que nada que luchase abajo escapase trepándolo. Vio distintas caras, rostros, nobles y plebeyos, contrabandistas y mercaderes, gritando, coreando su nombre, alzó su espada ensangrentada, haciendo que el volumen de sus voces se incrementase. Salió de allí, cansada, andando, miró al organizador, mostró una mano, con la palma hacía arriba. Sonriente, satisfecho por un excelente combate, le hizo entrega de su bolsa de dinero, bien ganada.


La armadura había quedado limpia, la hoja de la espada brillante, el escudo reparado, su piel sin rastro de sangre ni suciedad. Bajó las escaleras de la taberna de Armsman, en el barrio noble de Tarantia. Crujiendo ligeramente los escalones de madera, manchados por la bebida derramada, se asomó al bullicio de la actividad de la taberna, entre los bancos de madera, sentados, había un grupo nuevo, les miró atentamente, a cada uno, apoyada en el marco de la entrada. Eran cinco, dos de ellos le sonaban, no hacía mucho había estado en una ciudad, a medio construir, Messala la llamaban, dos de ellos eran de allí. Había otros tres, un arquero, con pinta de desarrapado, otros dos le acompañaban, se reían, bebiendo cerveza, había ya en la mesa veinte jarras vacías, la camarera apenas daba abasto.


Una duda acudió a su mente, ¿podrían ser ellos?, lo cierto era que tenía sed, sonrió lobunamente, mientras se ponía a andar parsimoniamente, interceptando a la camarera que portaba una bandeja llena de jarras, la paró y sin más agarró una de las jarras, llevándosela hasta los labios y bebiendo un largo trago que la dejó vacía, luego cogió otra y ya más tranquilamente se dirigió hacía la barra, pero entonces, una voz reclamó su atención.



-"Ejh, t´ñu guapa..eza cerveiza eeeeee mia...hip"



Me giré, observando a quién me interpelaba, alcé una ceja, tranquilamente, segura de mí misma, dominante, el otro, borracho, se fijó mejor y esbozó una sonrisa lasciva.


-"Ahh, no sabfia yooo que habíaj cozas tan buenas, que tej dabia yoo una cosza por entre ezos muusjloos que..."

Negando con la cabeza, le estampé la jarra en la sesera, dejándolo inconsciente en el suelo, regándolo con cerveza y cogiendo varias jarras de la barra y llevándolos hasta la mesa desde dónde sus compañeros que se reían a carcajada limpia. Uno de ellos dijo algo que no llegué a escuchar, pero el de enmedio le contestó dándole una sonora colleja.


-"Cállate Shander..., ¿y bien?"



Le miré y dejé las jarras en la mesa, acercándole una un poco a quién me había hablado.


-"Mi nombre es Ikhara, ¿y los vuestros?, a esta invito yo"


Mientras me sentaba, me fueron contestando uno por uno, Belik, Halsam, Shander, entre otros. Halsam y yo nos miramos fijamente, él parecía a todas luces el líder de aquellos hombres, duros, curtidos, mercenarios por su aspecto.


-"Bien, Halsam, quiero entrar en los halcones"


Aquello dejó en silencio a todos los presentes, mirándome Halsam con suspicacia, sólo él hablaba entonces.


Halsam-"Suponiendo que seamos nosotros ¿quién te lo ha dicho, porqué querrías entrar?"


Ikhara-"Para quien sepa preguntar y escuchar, vuestras acciones no dejan a nadie indiferente, incluso han puesto precio a vuestras cabezas en algunos lugares. Quiero entrar por unas sencillas razones, cerveza, oro, acero y sangre"


Halsam se quedó meditando la respuesta de Ikhara, posando la vista en cada uno de los presentes, en unos ojos astutos, de rapaz. Belik inclinó suavemente la cabeza, afirmativamente, Shander estaba mirando una mosca que se había metido a bañarse en su cerveza, finalmente volvió a mirar a Ikhara.


Halsam-"Sólo una condición"


Ikhara-"¿Cuál?"


Halsam-"Enseña esas grandes tetas"


Ikhara-"Antes te dejo la garganta rajada"


Halsam-"Me temía una respuesta así. Entonces, el resto de rondas pagas tú"


Ikhara-"Eso está mejor, dalo por hecho"


Halsam-"Bien, halcones, tenemos a una nueva hermana, camarera, cervezas, que no escaseen, invita ella"


La noche pasó llena de cerveza, canticos, bromas, intentos de meterle mano a Ikhara, ojos morados, contusiones y una buena deuda que se llevó casi todas las ganancias que había conseguido en la arena, pero había conseguido su propósito, entrar en la misteriosa banda mercenaria.

Relato

Era una noche de tormenta, Crom estaba furioso y hacía retumbar la tierra con sus puños, su ira hacía restallar el aire en tenebrosos relámpagos, sus rugidos resonaban en el aire como huracanes. Las gentes estaban en el interior de sus hogares, la aldea era un lago de quietud y silencio, tenues luces iluminaban los interiores mientras que los guardias resistían estoicamente el azote de los elementos.


La madera crujía mientras el viento la golpeaba y el agua surcaba y lamía voraz su superficie, resbalando y cayendo a una tierra empapada. En el interior de una de las cabañas, una mujer sufría agónicamente mientras intentaba traer a este mundo una nueva vida.


Estaban siendo ya varias y largas horas batallando en el proceso, la matrona sudaba copiosamente y el rostro de la mujer estaba pálido, el marido se había marchado a la taberna con el hijo mayor, la matrona apretaba los dientes, sabía que la muchacha no resistiría mucho más, esperaba al menos poder salvar a la criaturita.


Los gritos de dolor de la mujer llenaban la estancia, cada vez más débiles, luchando contrareloj la matrona pudo al fin sacar a la nueva vida del vientre de la madre, tras examinarla vio a una niña fuerte y sana, una vida nueva nacía, otra se extinguía, tras mirar a la niña sonriente, exhausta, la chispa de la vida abandonó a la mujer que dejó los brazos laxos ya muerta. Crom miraba, insufló fuerza en la niña y dejó de mirar. La matrona miró a la pequeña y a la madre fallecida, entonces supo que hacer y comenzó a realizar un tatuaje en la pequeña que sólo había llorado una única vez, fuerte, sonoramente y luego se quedó en silencio.



El viento soplaba acariciando los largos cabellos de la joven, había pasado ya algunos años, bastantes, de nuevo, la muerte había acudido alrededor suya, aunque estaba ya acostumbrada pues la aldea era atacada con cierta frecuencia. Un grupo de vanires habían estado acosando la aldea, atacando de vez en cuando, en uno de los ataques uno de ellos consiguió saltar la empalizada y perderse entre las cabañas. Encontró a Ikhara, que era como se llamaba la joven, ella estaba entrenando, a solas, destrozando un tronco reseco que usaba de muñeco.


Una sonrisa lasciva se asomó al rostro joven y descuidado del vanir. El acero ensangrentado relució en su mano tenuemente, sus pies cubiertos de pieles comenzaron a dar pasos seguros hacía la joven. Esta, le escuchó y se giró, fiera belleza indómita, una buena hija de Crom, una buena cimmeria, fuerte, aguerrida, miró con dureza al hombre que se acercaba, la liviana espada en su mano se alzó, interponiendose entre el vanir y ella. Aquél gesto arrancó una risa del guerrero, confiado en su fuerza y habilidades frente a aquella mocosa.


Vanir-"Ymir me sonrie, me voy a divertir mucho contigo pequeña"


No hubo respuesta de parte de la joven, desplazó ligeramente su peso, separando un poco las piernas, dejando un leve surco en el suelo, preparandose, sin dejar de mirar a su adversario y usando sus oídos para estar atenta a los alrededores, no confiaba en que pudiera simplemente estar solo. El otro, alzó su pesada hoja, zumbando en el aire, amenazadora, dejandola unos instantes mientras sonreía triunfal, dió un paso y descargó la hoja con fuerza, impulsando su cuerpo en el proceso.


Como un rayo, dejando atrás unos trozos de tierra saltando, la joven rodó por el suelo avanzando en diagonal, su pelo revuelto, los dientes apretados impulsó la hoja de su espada mientras el vanir mostraba un rostro congelado de sorpresa y horror, cuando la hoja acerada de la espada de la joven traspasó las telas por un hueco en las piezas de cuero del guerrero, atravesó la carne, mordiendola, alcanzando los órganos internos, perforado el pulmón.


El cuerpo se contrajo, hacía atrás tirando de la espada, que la soltó la joven para no verse arrastrada, el otro había dejado caer su arma, en una muerte agónica, intentando respirar, encharcados sus pulmones. Mientras, la joven lo observaba todo fijamente, a cierta distancia, hasta que finalmente se desplomó interte el vanir en el suelo, desplazando algo de tierra y nieve. Ikhara se acercó despacio, tanteó la empuñadura, escupió al cadaver y respirando hondo tiró con fuerza de la hoja sacandola lentamente mientras la sangre manaba intensamente.


Una vez la tuvo recuperada en sus manos, con las mandículas apretadas, caminó dandole la espalda al vanir muerto, se apoyó en el tronco, miró al cielo y gritó.


-"Por tí madre, ¡muerte al vanir!"


Acto seguido, vomitó el desayuno entre espasmos y temblores, ligeramente pálida. Se secó la comisura de los labios con el dorso de la mano y cubrió con tierra los restos expulsados de su desayuno desparramados en el suelo. Al girarse vió como llegaban algunos guerreros, al frente, su padre. No dijo nada, no hizo nada, sólo la miró un instante y luego al vanir muerto,luego se marchó junto al resto de guerreros dejandola a solas. Ikhara miró cómo se marchaban con gesto serio, ojos acerados, duros, los cerró un momento cuando un soplo de aire acarició su hermoso rostro, suavizando su gesto, sonrió, creyó sentir la caricia de su madre.

-"Padre ha muerto" comentó mi hermano, un guerrero cimmerio ya hecho y derecho, aunque le faltaba todavía un largo camino para dominar el arte de las armas.


-"Lo sé.." Fue mi breve respuesta, en un semblante serio, no había demasiadas risas entre el pueblo cimmerio, la vida era dura, pocos motivos para sonreir.


Observaba cómo lo transportaban en una parihuela, alzada hasta los hombros, había sido un excelente guerrero, el cacique le había otorgado honores a su muerte. Esta había sido digna de cantos y leyendas,en muchas noches se contaría al calor de las hogueras por la noche y alguna cerveza en las encallecidas manos curtidas por las duras batallas.


-"¿Dónde está la espada?"- pregunté mientras terminaban de sellar el túmulo de la familia en el santuario de los muertos que era el lugar de enterramiento y descanso, aunque otros se empeñaran en llamarlo campo de los muertos.


-"Se perdió en la batalla, sólo pudieron recuperar el cuerpo de padre"- Raughar, con la cabeza gacha por la vergüenza, ocultando su rostro con los cabellos negros como las plumas de un cuervo, me comunicaba la humillación al honor familiar. Una reliquia que había pasado de generación en generación durante muchísimos años, el simbolo y sello de nuestra familia.


Le miré, mientras nos dejaban a solas, él entendió nada más mirarme, observando la furia de fuego gélido que ardía en mis ojos, la rabia contenida dentro de mis venas, los puños apretados, la mandíbula marcada por la tensión, la respiración agitando mi pecho, haciendolo subir lentamente pero con fuerza.


-"No, no irás..."


-"Alguien tiene que ir, es nuestro honor..."- le interrumpí


-"Padre no pudo...,yo debo ocupar su lugar..."


-"¿Si, con que espada, con qué derecho? Padre no tuvo tiempo de designar a su heredero"


Volví a interrumpirle, el fuego que ardía en mi interior, la vergüenza de verme con las manos atadas, y las intenciones que veía ocultas en las miradas de mis familiares cercanos. No, no me quedaría quieta ni me casaría como una dócil y buenaparanada doncella aquilonia. Crom me había dado coraje y mucha fuerza, no la desperdiciaría ni le insultaria de esa forma.
Ahí le dí fuerte en su punto débil, porque la furia acudió a su normalmente tranquilos ojos.


-"Ya veo"-dije yo-"haremos como dicta la tradición, lucharemos"


Despidiendonos de padre, nos encaminamos en silencio por entre las colinas que formaban los silenciosos túmulos, el verdor que todo lo inhundaba, dejando las ligeras brumas y el suave mecer de la corta hierba a nuestras espaldas. Había una colina cerca de la aldea, subimos hasta allí, nadie nos acompañaba, no deseabamos tampoco presencia alguna.


Allí estabamos, ambos, con nuestras armas y armaduras, nuestros pies aplastando la verde hierba, con algunos trozos de nieve dispersos, anuncio de un invierno que acechaba en el horizonte cual lobo de las estepas. Ambos, decididos, empuñando nuestros aceros desnudos, no habría tregua ni cuartel,buscariamos no herir ni matar, pero eso no le restaría brutalidad al combate. Observandonos, fijamente, esperando un movimiento, algo...,entonces, en la lejanía un trueno, un relampago descargó iluminando tenuemente las hojas de nuestras armas y todo se desató...


Mietras mi hermano pateaba un montículo de hierba y rumiaba furioso, yo descendía con una torva sonrisa, nadie sabría lo ocurrido allí, nadie ni nunca. Tenía que preparar un viaje, tenía una espada que recuperar, no cualquier espada, sino la espada que era reliquia familiar, mi hermano la necesitaria para empuñarla y poder así reclamar el lugar junto al cacique que nos pertenecía por derecho...


La lluvia era persistente, siempre en las duras montañas cimmerias era así, una lucha constante de los elementos, la naturaleza y el hombre que se enfrentaba a todo con coraje o era barrido como una simple hoja caída. Ikhara llevaba ya tres días esperando, desde un refugio improvisado, aprendido desde pequeña por los cazadores de su poblado, estaba realizado a base de materiales encontrados en el suelo, huesos, piedra, restos de armas y armaduras, hojas, hierba y musgo.


Sus ojos acerados observaban atentamente a las cinco figuras que estaban sentadas en torno a la improvisada hoguera, charlaban animadamente, bromeando sin tapujos, no estaba lo suficientemente cerca como para oír bien lo que comentaban, tampoco sentía ganas de escucharles demasiado en sus obscenidades. Le ardía la sangre, su espada pedía muerte a gritos, sólo su gran fuerza de voluntad, aprendida a base de duros golpes, le hacía salir corriendo gritando desafíos.


Volvió a la realidad, parpadeando unos momentos, no podía permitirse distraerse un sólo instante. Uno de los vanires se incorporó lentamente, con sus harapos, pieles ensuciadas por la intemperie, restos de comida y otras sustancias que ni siquiera se dignó en reparar a veces era mejor ignorar según que cosas. Pesadamente, con torpeza y balanceándose de un lado a otro, se fue separando del grupo, entre bromas, tomando a ese vanir como objeto de sus puyas.


Era el momento adecuado, lo tenía previsto, en cuanto ese vanir se iba a vaciar la vejiga, el jefe se metía en su tienda. Esta no era excesivamente grande, en forma de triangulo y baja, para poder así resistir mejor los envites de los fríos vientos. Dos se quedarían de guardia, uno cerca de la hoguera y el otro dando paseos esporádicos. Sus sugerentes y carnosos labios no pudieron evitar expresar una sonrisa sádica y llena de anticipación por la sangre que pensaba derramar.


Con unos suaves crujidos al pisar restos de nieve dispersa, hojas secas y gravilla, le indicaba a Ikhara, que el vanir ya había llegado hasta su destino. Lentamente, cual pantera de las barachanas, agazapada, los ojos ardientes, los músculos tensos, fue colocando un pie detrás de otro, la hoja de su espada, ahumada para evitar reflejos, apuntaba hacía atrás. Moviendo la cabeza rápidamente hacía el campamento para comprobar la situación del resto, continuó su camino. Situándose entre unas peladas rocas grisáceas y dos esqueléticos troncos resecos, alcanzó la espalda del vanir.


Como una sombra de muerte, se alzó lentamente en toda su altura, que no era poca, pues igualaba la del vanir, e incluso podría decirse que le superaba un poco. Con cuidado, apoyando con suavidad sus botas de pieles y cuero, los ojos fijos en su presa y los oídos atentos a los alrededores. Inevitablemente, no era un gato, por tanto un ligero ruido de pisadas anunciaba su llegada, pero dado el estado de embriaguez del vanir, sólo se dio cuenta al girarse.


Su rostro se contrajo en una mueca de horror y sorpresa, cuando sintió en sus entrañas el frío acero penetrar, con saña, mientras se asomaba a los crueles e impasibles ojos de Ikhara, vio en ellos su muerte, nada agradable, pero para su fortuna, más rápida que la que sufrirían otros. Usando su fuerza, ganada a base de lucha, entrenamiento y esfuerzo diario, aguantó el peso del vanir, para dejarle caer suavemente en el blando y húmedo suelo.


Su felino rostro se giró rápidamente a los lados, agitando el cabello en una maraña de pelos ondeando al viento. Nada, todo iba bien, por ahora, no era tonta ni confiada, en cualquier momento se podían torcer las cosas. La respiración era agitada, su corazón latía rápidamente por la emoción del momento, la adrelanina corría como un corcel desbocado por sus venas, sus ojos abiertos, mientras se humedecía los labios resecos, contemplando de reojo cómo la carmesí sangre que manaba libremente del cuerpo del vanir muerto regaba la tierra bajo él ya liberada la espada de la mortal herida .


Retrocedió un poco sobre sus pasos y comenzó un nuevo rodeo. Tapando su boca y nariz con un trapo, para evitar en lo posible las nubecillas de vaho que manaban al respirar, cogió con su mano, enguantada en cuerpo y tachones de metal, un puñado de nieve y se lo llevó a la boca, aguantando las punzadas de frío. Como una sombra, una de muerte sangrienta, se deslizó hasta uno de los laterales. Allí, clavó la espada en el suelo, detrás de la roca en la que se apoyaba, en el suelo, quitó las hojas y ramitas que ocultaban su ballesta. La cargó lentamente, apretando los dientes, escuchando un suave click, indicando que estaba lista. Colocó el pivote con cuidado, pronunciando en silencio, moviendo sus labios solamente, un juramento.


Se giró y apoyó con cuidado la ballesta en la roca, afianzando su cuerpo, plantando bien los pies. Siguió con la vista al vanir que hacía la patrulla, el otro, sentado en el suelo. Entrecerró los ojos, faltaba uno, el jefe seguía en la tienda, le podía ver los pies entre los pliegues de tela. Permaneció atenta, vio cómo éste salía de la otra tienda que compartían y se turnaban los que vigilaban, respirando algo más tranquilamente, acercó una piedra a su pie. Sostuvo de nuevo la ballesta, ahora todo iría muy rápidamente.


El vanir caminaba, observando los alrededores con parsimonia, estaban en territorio cimmerio si, pero el ejercito hacía ya tiempo que lo estaba ocupando y los únicos cimmerios que se podían encontrar por allí era los que colgaban de las ramas de algunos árboles o clavados en altas estacas. Aún así Skroger quería que no dejasen descuidada la vigilancia, estaba paranoico el maldito, rezongando, escuchó entonces un click mientras pasaba entre dos troncos muertos con un ligero verdín cubriéndolos, giró la cabeza sorprendido y vio entonces, mientras un agudo silbido sonaba, cómo un pivote se clavaba en su pecho tras recorrer en un suspiro la distancia que le separaba de la ballesta que había salido hasta él. Tosiendo, falto de fuerzas, sintiendo cómo la vida se les escapaba, apoyó una rodilla en tierra agonizante antes de quedar finalmente tumbado en el frío y húmedo suelo.


Por el rabillo del ojo había visto cómo su disparo había acertado bien, cogiendo la piedra con la derecha y la espada con la izquierda, saltó apoyándose con un pie en la roca tras la que se ocultaba, corriendo hacía los dos vanires que se habían incorporado al escuchar el disparo de ballesta. Abriendo las bocas alertados, sus manos yendo a sus respectivas armas, lanzó la piedra al de la derecha, golpeándole torpemente, lo suficiente como para que diera dos pasos hacía atrás y se retrasara en sacar su arma. Al de la izquierda, se dirigió pasándose su espada a la derecha preparando el golpe, el vanir por su parte alzaba su hacha con un gesto furioso en su rostro. En su estado respondía lentamente, de manera torpe, calculando mal, dejó caer el hacha y el aire, mientras sus manos se tapaban el largo tajo en el vientre cayendo a tierra.


La hoja se deslizó limpiamente por el vientre del vanir, saltando la sangre, tornándose rojiza la nieve del suelo. Frenando tras el golpe, flexionó las rodillas para lanzarse contra el siguiente vanir, que alargaba su brazo hacía atrás al acabar de liberar su espada de su vaina. En esa postura, estirado fue cuando el alcanzó la muerte, pues estirando sus brazos empaló de lado a lado con la hoja de su espada al guerrero vanir. Jadeante, por la emoción, la tensión y el esfuerzo, apoyó una bota en el vanir y tiró de su espada, haciendo caer bocaarriba al vanir que acababa de matar.


Se giró, allí estaba, saliendo de la tienda e incorporándose lentamente, con la mirada fría, impasible, su cota de malla oscura, sus pieles colgando, las tiras de cuero amarrando las piezas de piel, metal y cuero. Su larga barba cobriza cayendo sobre su fornido pecho. En sus ojos, profundo odio, Ikhara pudo ver, que no la subestimaba, eso hizo que se irguiera, tomara aire y lo mirara desafiante.


Así quedaron unos momentos, mientras el poco suave viento barría con sus constantes azotes el lugar, agitando cabellos, tela y pieles. Skroger miró lentamente a uno y otro lado, con los ojos, moviendo apenas la cabeza, desde la profundidad oscurecida de su pesado yelmo. Una joven cimmeria había acabado con sus cuatro guerreros, gruñó mostrando unos sucios y amarillentos dientes por un instante del lado izquierdo de su boca. Esa sucia perra cimmeria pagaría con dolor, sufrimiento y agonía el insulto que le había lanzado. Esa cachorra aprendería qué se obtenía cuando te enfrentabas a los vanires.


Dando un par de pasos, lentos, dejando una profunda huella en el suelo, Ikhara vio cómo de pesado era el cuerpo de su adversario. No tenía dudas que no era sólo grasa lo que había bajo la ropa y armadura, era una cabeza más alto que ella, la miraba despreciativamente, evaluándola, se le notaba furioso, ella le respondió con desafió, con gélido odio. Dio un par de pasos como el vanir, había llegado el momento, tan ansiado. Había recorrido larga distancia, pasando hambre y frío, evitando a los vanires, rehuyendo el combate a sabiendas que no era su destino ni el momento una muerte gloriosa en combate. Mostrando a veces ligeramente partes ocultas de su cuerpo para confiar a los lujuriosos vanires, cortándoles la garganta y escupiendo sobre sus cadáveres. No había sido un viaje fácil, pero allí estaba, ella era una hija de Crom, una cimmeria, una guerrera digna, por eso tenía la fuerza suficiente como para haber llegado hasta allí y triunfaría.


Un trueno retumbó en la lejanía, hizo que Ikhara se estremeciera, pero no de miedo sino de orgullo, Crom mismo estaba observando, la instaba a luchar, a alzar su acero y teñirlo de sangre contra el invasor, contra el impío vanir que profanaba su tierra con su sucia presencia. Tensando los músculos de su cuerpo su espada relució un instante al alzarla mientras gritaba una única palabra.


-"Sangreeeeeee!!!..."


El suelo temblaba, el pesado cuerpo del vanir se puso también en movimiento, el de Ikhara ágil y fuerte se movía raudamente, ambas hojas abrieron sus fauces dispuestas a morder la carne, ansiando probar la sangre, se cruzaron un momento, saltando chipas, Ikhara rodó por el suelo, su brazo derecho había sentido la fuerza del impacto, rápidamente se incorporó y cargó de nuevo, las hojas centelleaban, las chispas saltaban sin parar, gruñidos y maldiciones se intercambiaban entre ambos guerreros, moviéndose en el improvisado y particular campo de batalla, de imprevisto, el vanir lanzó su pesado puño impactando en el vientre de Ikhara haciéndola doblarse por el dolor, los ojos humedeciéndose, sintió cómo la enorme manaza del vanir apretaba sus cabellos y tiraba con fuerza de ellos alzándola, obligándola a mirarle, la furia gélida ardía en los ojos de Ikhara mientras el vanir sonreía.


-"No ha estado mal cachorra, pero no eres rival, ahora...¡ahora eres mía!"


Inspirando con furia, con fuerza, sintiendo punzadas de fuerte dolor y puntitos de luz en los ojos, Ikhara alzó con esfuerzo su espada hacía arriba, encajando la hoja en la garganta del vanir y atravesando el cráneo con un chasquido desagradable. Agotada, sin apenas fuerzas ya por los esfuerzos y carencias sufridos, se dejó caer sentada al suelo, jadeante, observando cómo el vanir finalmente caía, su espada aún incrustada.


Una nueva figura salió de entre las sombras, una sonrisa en sus labios, enfundado en una pesada, elaborada y detallada armadura, haciendo crujir el suelo con sus metálicas botas, portaba una capa oscura que caía suavemente a los lados, ondeando al son de su lento caminar. Su yelmo, intrincado con diversos motivos, sólo dejaba ver por entre dos rendijas, dos ojos llenos de dureza, crueldad y divertidos por lo que veía. Su voz, resonando metálica al salir del yelmo llenó el aire.


-"Muy bien hecho pequeña, has pasado la prueba, has sido elegida. Recoge tu trofeo por derecho ganado. Vuelve con los tuyos, luego vendrás a mí, yo forjaré tu cuerpo y alma, entrarás en la orden, no hay marcha atrás, lo sabes, serás una templaria oscura..."


Tras esas palabras, sacó una espada enfundada en una delicada vaina, la dejó apoyada en la tienda, se giró y comenzó a alejarse, escuchó mientras recuperaba el aliento, un relincho, un suave galopar de un caballo al alejarse. Su cuerpo se estremeció, de alguna forma, en su interior, había brotado una chispa, que ansiaba, pedía, ir tras aquél guerrero oscuro, aprender lo que le ofrecía. Había sentido, la suave e invisible mano de su propio Destino.


Con renovadas fuerzas, se incorporó con no poco esfuerzo, miró a su espada, decidiendo y dejándola ahí, como advertencia. Quien osase entrar por las armas en ese territorio, en su patria, sólo hallaría sangre, muerte y acero para recibirle. Caminando despacio, entró en la tienda del jefe muerto, allí, algo descuidadamente colocada, estaba la espada de su padre, sonrió, recogiéndola con cuidado, la envolvió en pieles, la ató y se la colgó a la espalda. Salió de la tienda y se quedó cerca de la espada que dejara el misterioso caballero, cerró los ojos por un instante, inspiró una única vez y su mano aferró la empuñadura y se la colocó al cinto. Mientras hacía esto, eligiendo su camino, escuchaba como Crom hacía retumbar los cielos con su risa, ella mismo sonrió, era momento de volver a casa, el honor recuperado y emprender un nuevo camino, uno que la cambiaría para siempre...


El ulular del viento, las gélidas caricias de la nieve y el aliento de la montaña, la blancura carmesí de los amaneceres en cimmeria. El humo espeso, ondeante, bailando al son de los caprichos de la brisa. Todo eso había quedado atrás, había viajado hasta el sur, un paraje desconocido, un lugar imponente, que no dejaba indiferente a quien lo contemplaba.


Dejando escapar un suspiro de asombro, los ojos abiertos de par en par, aquella estructura dejaba sin aliento, sin palabras. Tras una llanura, entre colinas y un par de picos de cierta relevancia, oculta, tras un estrecho sendero lleno de ojos vigilantes, con afiladas flechas dispuestas a traspasar a todo aquél que no había sido invitado, pero ella, Ikhara, había sido elegida, un par de meses atrás, tiempo que le había llevado localizar el sitio, siguiendo la estela del misterioso caballero, su pecho subía y bajaba impresionada por la belleza y majestuosidad de lo que contemplaba.


Una fortaleza, impresionante, toda palabra se quedaba muy lejana, vacía de significado ante lo que tenía delante. Nacida de la misma roca en la que se asentaba, tres altas torres flanqueaban en un triangulo imaginario la pesada y recia mole de piedra del centro, maciza, con gárgolas y estandartes colgando, de oscura piedra, grisácea, envejecida por incontables eones desde que fue construida por manos ya desaparecidas. Recias almenas, con matacanes y entre dos rocas salientes, como dos menhires, una sólida puerta que parecía fundirse con su entorno, negra como la noche sin luna, con un ligero brillo de estrellas, tallada en su superficie, a un lado un yelmo, majestuoso, bajo una luna afilada, como una cimitarra, al otro, la cabeza de un lobo bajo un escudo con un libro abierto como emblema, un libro que emanaba poder...


Tragando saliva, tomando toda su resolución, dio comienzo a un camino del que no había marcha atrás, decidida, sus pasos dejaron huellas que rápidamente el viento borró lamiéndolas, devorándolas, allí nada permanecía igual dos instantes seguidos, nada excepto la fortaleza, incluso sus guardianes, impasibles, cambiaban cada tiempo...


Fue acercándose, sintiéndose minúscula, apenas una mota, un grano de arena, sus botas resonaron ligeramente contra la fría y dura piedra de una pequeña escalinata que llevaba hasta las mismas puertas. Ni siquiera pestañeó, ni siquiera alzó un dedo, sabían que estaba allí, sí, lo sabían y abrieron las puertas, unas enormes fauces que devoraban hasta la misma luz. Dentro, allí en su interior, oscuridad, una necesaria, una que sacrificaba tantas cosas pero que daba mucho más.


Entró, sin dudar, sabiendo que era lo que debía hacer, que ese era su camino. Allí estaba, con una larga melena, sus cabellos cayendo sobre sus hombros, su elaborado yelmo bajo su brazo, finos ropajes, de seda, se entreveían en los huecos de su exquisita armadura. Sus ojos, profundos, dos pozos de tinieblas y poder, de sabiduría llenos, calmados como dos estanques de una profundidad insondable, unos labios esbozando una ligera sonrisa, invitadores, amables y regios, un rostro cincelado, estoico. Ikhara avanzó, ante nadie se había inclinado, su voluntad así de indomable, pero estaba ante su maestro, ante su guía, y la fiera que llevaba dentro sabía que el líder de la manada estaba delante suya, así, inclinó la cabeza en señal de respeto, nunca de sumisión, incluso ante él, antes de eso, moriría con su acero en la mano.


Un leve gesto de la mano y los guardias que estaban a la vista se marcharon, en un amplio salón, de mármol pulido su suelo, finas columnas que se alzaban hasta un techo abovedado, sumido entre penumbras, tapices de colores oscuros con emblemas diversos colgaban inertes a los lados, tapando los muros tallados. Se giró y la condujo por sus interiores, bajando por unas escaleras estrechas, de caracol, al nivel inferior, más oscuro, apenas iluminado por antorchas que proyectaban alargadas sombras y correspondían con sus formas a los ecos que las pisadas producían por los largos pasillos de piedra tallada. Puertas de madera se sucedían unas tras otras, en una de ellas un símbolo, en metal, puesto recientemente.


-"Bienvenida a tu hogar, esos son tus aposentos a partir de ahora, yo mismo te enseñaré. Descansa, esta noche te veré, empezaremos tu entrenamiento, pronto serás una digna templaria oscura. Presiento que llegarás lejos"


Sin más, se golpeó suavemente el pecho con su puño y se marchó, perdiéndose entre los pasillos y sus sombras, dejando el silencio como única compañía. Miró la puerta, no había cerradura, un picaporte de metal, alargó la mano y sintió su frío contacto, la puerta se abrió revelando una estancia rectangular, espartana, una jofaina sobre una mesa, una cama de aspecto cómodo, un perchero para armadura y un gran baúl. Cerró tras ella y se dispuso a prepararse. La emoción le recorría a flor de piel, y de alguna forma, en su interior, sentía la calidez de estar en el lugar correcto.


Brujería, hechizos, conjuros, es algo que en la misma esencia del alma de un cimmerio está férreamente opuesto a ello, va en contra de todo lo que significa ser un cimmerio. Por ello, es algo que se teme y odia a partes iguales. La respuesta habitual a su presencia es clavarle una espada o hacha repetidamente hasta que deje de moverse. Y a veces, después de eso una patada y miradas de reojo por si acaso.

Pero para un templario oscuro era algo con lo que se había de convivir a cada instante, por eso, el sacrificio y reto para Ikhara eran aún mayores que para sus otros compañeros, se burlaban, los oía, pero también veía sus miradas lascivas y de deseo, furtivas, sus conversaciones sobre lo que pensaban de ella en uno y otro sentido. Por ello, entre diversas razones siendo esas las más importantes, entrenaba a solas, incluso de noche, cuando nadie más estaba de pie. O eso creía ella...


Una sombra andaba en las cercanías, siempre pendiente, dos ojos fijos, acerados, expertos que observaban atentamente sus progresos. Una sonrisa solía aflorar a sus finos labios, expresando una mínima parte de lo que sentía y pensaba. No se dejaba ver, en eso era experto, manejaba los hilos desde las sombras, eran su medio natural, su hogar por decirlo de alguna forma. Pocas veces algo le llamaba la atención pero esta vez la llamada era muy poderosa, había algo en el interior de aquella guerrera que brillaba como un faro en llamas en la oscuridad.


El sudor la cubría por completo, empapándola, sintiendo como las gotas se unían y corrían en pequeños ríos por las curvas de su cuerpo atlético. La espada firmemente sujeta en su mano derecha, el pesado escudo de metal en su izquierda, su contrincante no había perdido jamás un combate, era un muro de acero y poderosos golpes, su defensa inquebrantable, era el amo y señor de aquella fortaleza, el líder de la Orden. Pero a pesar de ello, enseñando los dientes, una ristra de blancas perlas, en una mueca feroz, gruñendo de rabia pura comenzó de nuevo su carga, impulsándose con fuerza para ganar inercia con las piernas, ganando velocidad, dio un breve salto a la izquierda, contrajo los músculos y fintó a la derecha, se agachó e hizo un giro rápido para atacar en oblicuo, pero allí estaba el escudo, esperando su golpe.


Respirando trabajosamente ya, se apartó lentamente, rasgando el sonido del acero contra el acero el espacio de aire que había en la sala. La mirada siempre gélida de su maestro la observó desde su parapeto. Tragando saliva con esfuerzo, Ikhara se irguió en toda su estatura, los brazos ardían, contrayéndose espasmódicamente por el esfuerzo requerido, respiraba muy agitadamente, la vista ligeramente nublada, estaba al límite, nunca se pedía menos.


Parpadeó ante el brillante sol del mediodía, un abrasador calor inundaba todo el lugar, las paredes blancas, encaladas, no hacían nada por remediarlo, era un autentico horno y apenas había entrado en el límite norte de la región. Era su primer encargo como templaria de pleno derecho, el desafortunado mercader estaba escondido creyéndose a salvo de asesinos y mercenarios en busca de su cabeza, iluso. Dejando caer un par de monedas en las manos de un pordiosero, muy observador cuando había relucientes monedas y curiosamente olvidadizo cuando le convenía a él o a otros...


La arena crujía bajo el peso de las metálicas botas, sentía en su cuerpo una gran calor, abrasadora, pero había aprendido a controlar eso, evadiendo ligeramente su mente. Ahí estaba, tras ascender por una duna, clavando una rodilla en tierra para que su figura fuera más difícilmente detectable, observó el campamento. Era un conjunto de tres amplias tiendas de tela, espaciosas y llenas de cojines, bajo la sombra protectora de unas grandes y abundantes palmeras del oasis en la que estaban. Fue contando hasta siete guardias, desplegados cuatro en los alrededores, uno delante de la tienda principal y dos jugando a los dados sobre unos cojines en una alfombra. Había llegado hasta el escondite, no había sido fácil, pero tras romper unos cuantos huesos y repartir algunas monedas en las manos adecuadas había obtenido la información necesaria.



Descendiendo lentamente, haciendo crujir la arena que caía en cascadas consecutivas, hundiéndose paulatinamente en ella y haciendo esfuerzos a intervalos regulares para evitarlo desenterrando las botas de su arenosa prisión. Con la mirada fija en su objetivo, los oídos en los alrededores, esta vez no pudo hacer mucho por no llamar la atención. Los reflejos metálicos de su armadura destellaban intensos a la luz tórrida del día en aquél desierto.


Pronto, los guardias se pusieron alertas, sonriendo torvamente clavó el escudo en la arena, enterrándolo profundamente, luego desplegando su ballesta, la montó detrás, oculta a la vista, intrigados los otros, para salir como un rayo y disparar contra el más cercano que quedó con el rostro congelado en un rictus de sorpresa y horror mientras la vida se le escapaba a borbotones de la mortal herida. Los otros entre chillidos y voces desenvainaron sus armas haciendo cantar a los aceros mientras el sol acariciaba con sus rayos el filo de sus armas. Corriendo tan velozmente como podían, intentaban llegar a tiempo antes que Ikhara recargara la ballesta, con la incertidumbre en sus corazones de si podían llegar a tiempo o una muerte emplumada les esperaba al siguiente paso.


Pero nada de esto sucedió, pues cuando ya casi suspiraban aliviados, el escudo se alzó, al alcanzar su posición y uno de ellos quedó postrado en el suelo intentando atraparse las tripas que se le escapaban por entre los dedos, el resto, ajeno a la suerte de su compañero, ignorándole por completo, continuaban en su pugna. Alzando el escudo o la espada, retenía la mayoría de golpes, los otros los esquivaba dando un paso corto o doblando el cuerpo en una danza bien aprendida y repetida decenas de veces. El acero cantó, la sangre se asomó salvaje al aire caluroso del desierto, regando su sedienta arena, uno tras otro, golpe tras golpe, fueron cayendo, inertes quedaron, tumbados en la arena, para regocijo de los buitres que despacio fueron acudiendo a la llamada.

Empapada en sangre la espada, parte de sus ropas y armadura, algunos rasguños menores y cortes, Ikhara avanzaba hasta su objetivo final, aferrando con firmeza la empuñadura, no se dejó llevar por el ímpetu, muchos habían muerto por creerse seguros para verse luego con una muerte rápida e inesperada. Apartando con la hoja de la espada la tela que cubría y hacía las veces de puerta de la tienda, asomando despacio la cabeza, parpadeó al ver lo que había allí dentro.


En el lujosamente decorado interior de la espaciosa tienda, entre multicolores y cojines, de aspecto mullido, se encontraba el cuerpo degollado, tumbado sobre un charco de su propia sangre, de su objetivo. De pie, limpiando con parsimonia y una sonrisa socarrona, otro templario oscuro, de origen aquilonio, le enseñó su sonrisa perfecta, de blancos dientes, presuntuoso.


-"Llegas tarde, tsk tsk, estás perdiendo facultades, !Oh¡, es verdad, tú nunca tuviste facultades"

La rabia cabalgaba furiosa por sus ardientes venas, pero nada podía hacer, no sin transgredir las reglas de la Orden, aunque su "compañero" lo acabase de hacer matando a su presa, a su encargo. Frunciendo el ceño no se dejó provocar, con un gesto de ira, se giró y dejo caer la lona de la tienda para ir alejándose con pasos fuertes, dejando profundos huecos en la arena a su paso. Entonces, de repente, se quedó quieta, miró hacia atrás y a los otros dos templarios que salían de detrás de la duna.


-¿Emboscada, traición..?- pensó de inmediato, alerta.


Terminó de girarse de nuevo hacía su compañero templario, el primero, el aquilonio, de nombre Ignus. Nacido noble, repudiado por su propia familia y sin ningún tipo de escrúpulos, pagado de sí mismo y vanidoso hasta el extremo. No era mal agraciado en formas y rostro, pero su actitud le hacía perder mucho de su encanto. Con todo, había mujeres que caían rendidas a sus pies. Los tres templarios que la rodeaban desenfundaron sus armas sincronizada mente.


Ignus-" No es nada personal, es un encargo, no de la Orden, claro, pero pagan muy generosamente. Te has ganado muchos enemigos, deberías haber sido más amable..."


Sonrió ladeadamente, sabía muy bien a lo que se refería con amable y enemigos, además que estaba muy lejos de decir Ignus la verdad. Sopesó su arma, aquellos no eran rivales comunes, aunque le pesase, tendría que tener cuidado pues no eran aficionados o mercenarios abotagados.




El primer golpe vino desde atrás, por la izquierda, el resto seguirían muy pronto al primero. Flexionando suavemente las piernas, pasó el peso de su cuerpo, desplazandolo a la derecha, impulsándose dio primero un paso y luego se estiró proyectando su pierna con fuerza, girando hasta impactar dolorosamente en la rodilla de su adversario, la entrepierna estaba descartada pues sabía que usaban coquillas de metal.

Doblándose y maldiciendo mientras cojeaba y veía abortado su ataque, no estaría así por mucho tiempo. Aprovechando la pequeña ventaja y respiro que eso le daba, rodó por la espalda del primero, le empujó contra uno de ellos, chocando ambos, para alzar la espada y parar el duro golpe del segundo. Las chispas saltaron en el acto, los aceros temblaron por el impacto, las miradas aceradas se cruzaron, afiladas como las mismas espadas, una sonrisa se dibujó en el rostro de Ikhara, mientras perdía terreno ante el empuje del otro.


Dejando de hacer fuerza de repente y girando sobre si misma, dejó pasar al otro, estirando el brazo en el proceso, para recogerlo en un golpe oblicuo que sesgó parte del estómago y pulmones, de espaldas, escuchó caer al suelo a su adversario, herido letalmente, ya no se levantaría. Ahora, observaba con expresión seria a los otros dos, ya repuestos y que avanzaban con furia desatada, sus rostros contraídos en muecas de odio intenso, las espadas alzadas, agitando la arena a su alrededor mientras avanzaban.


Comenzaron a golpear simultaneamente, a una velocidad endiablada, alzando el escudo y la espada, retrocediendo unos pasos a veces, apenas podía contener el aluvión de golpes que se le venía encima. El tiempo jugaba en su contra, no duraría eternamente así, algún hueco encontraría y entonces, ese, sería su fin. El escudo temblaba, los brazos le dolían y pesaban, el aliento se le trababa en la misma boca de labios agrietados y resecos, el sudor la empapaba, estaba con una rodilla en tierra, el otro brazo sujetando la espada apoyada en el suelo.


El brazo se alzó, apretó Ikhara los dientes, esperando el golpe, miraba de reojo al otro estirando hacía atrás su arma para asestarle una estocada. El tiempo transcurría lentamente, una gota de sudor recorrió su mejilla, sintió entonces cómo el escudo recibía el impacto, temblaba entero, el brazo estalló en fuego , el hombro gritaba de dolor, dejó caer su cuerpo a un lado, hacía el de la estocada, la punta de la hoja y la rabia de su enemigo, viendo su ataque bloqueado, resonó metálicamente con el golpe. Liberando el maltrecho brazo del abrazo del escudo, se incorporó con piernas ligeramente temblorosas impulsando hacía arriba el brazo del arma, atravesando el cuerpo inclinado del otro, saltando la sangre de repente liberada e impregnando con su carmesí presencia todo a su alrededor.


Quedaron dos, frente a frente, cansados ambos, magullados. Respirando trabajosamente, el renegado templario oscuro escupió al suelo, observando a sus dos compañeros caídos, alimentando con su sangre derramada a las arenas del desierto. Gruñendo de ira, estrechó ambos ojos en meras rendijas.


Ignus-"Esto no acaba aquí, volveremos a encontrarnos"


Ikhara, alzó una ceja observando cómo Ignus retrocedía, lentamente primero y luego algo más deprisa hasta su montura. Ikhara meneó la cabeza, ando hasta su ballesta, cerró los ojos unos instantes, manó la sangre, oscuras energías brotaron y se enroscaron alrededor de su cuerpo, abrió de repente los ojos y sonrió sádicamente, enarboló su ballesta cargándola y susurrando unas palabras al pivote, apuntó y disparó.











El sonido de las monedas, tintineando unas con otras en su entrechocar metálico, era un regalo para los oídos de Ikhara. Acariciando suavemente la superficie plateada de una de las monedas, de los labios carnosos, ligeramente sonrosados, escapó un suave y alargado suspiro ensoñado. La recompensa por el mercader huido había sido sustanciosa. Le daría para viajar y mantenerse sin trabajar durante una temporada, a menos que la Orden la reclamase para alguna tarea.


Pero mientras, pensaba disfrutar, su cuerpo desnudo se giró sintiendo la suavidad de la seda deslizándose por su piel, aquellas sábanas eran todo un lujo, un capricho que no deslucía el momento tan maravilloso que estaba disfrutando. Suspiró de nuevo, la piel se erizó al sentir el contacto de aquellas manos curtidas acariciándola. Su sonrisa se ensanchó y sus ojos se entrecerraron mientras disfrutaba de aquella agradable sensación.


Magbur, ese era el nombre de aquél hombre que había conseguido fascinarla. No era una belleza deslumbrante, su cuerpo no era una masa de músculos, era en cambio fornido, de estructura apretada, una voz grave y unos ojos oscuros profundos, grisáceos, que parecían fríos y duros como el acero y melancólicos como el mar al anochecer bajo la suave lluvia. Le había conocido en su regreso, la caravana en la que viajaba había sido asaltada por bandidos, le vio luchar bravamente, sin gritos de guerra ni aspavientos, eficaz, letal, entregado de una forma que ella sentía igual. Su corazón había latido más despacio durante dos latidos consecutivos para luego hacerlo más deprisa que si estuviera en una batalla.


Habían derrotado con saña a los bandidos, derramando su sangre y esparciendo sus restos por las arenas y piedras de aquella árida zona. El mercader principal, enormemente agradecido por haber salvado una carga muy valiosa, les había regalado una semana de estancia en aquella lujosa y confortable habitación. En el camino hablaron de armas, batallas, vidas y sus ojos se encontraron muchas veces conversando más que lo que hacían sus propias palabras. No la trató ni con condescendencia ni cómo una mujer débil, fue él mismo, como si tratara con otro guerrero que respetase. Ella había hecho igual, el fuego se desató furioso, devorando cada pequeño trozo de ambos, uniéndolos. Decidieron al llegar que una habitación era más que suficiente para ambos.


Y allí estaba, despojada de armas y armadura, su piel al descubierto, que él ahora recorría con sus labios, humedeciendo la piel con su lengua, arrancándole a ella suaves gemidos, resecando su garganta y boca, su cuerpo ansiando más. Impaciente, sus fuertes, finas y alargadas manos recorrieron su pelo, negro, intenso como la noche, enredándose en ellos, para acariciar aquella cara, ligeramente angulosa, fuerte, él la miró, con el fuego ardiendo en sus ojos, sonrió ligeramente, ella le respondió con igual sonrisa.


-"Sigue.."- susurró Ikhara, sensualmente, apenas una vibración en el aire.


Sonriendo pícaramente, Magbur se deslizó bajando lentamente hacía la entrepierna, colocando su cabeza y sus labios, su lengua, entre sus dos firmes y atléticos muslos, masajeando con sus fuertes y ásperas manos la piel de sus piernas, haciéndole sentir con sus caricias, oleadas de cálido placer que ascendía desde su bajo vientre, escapando por sus labios como gemidos y jadeos.


Tras un rato de agradable agonía, sintiendo su lengua y labios darle placer, sus manos recorrieron sus muslos, para ir ascendiendo lentamente, masajeando suavemente su cuerpo, su piel, hasta sus bien proporcionados senos, apretándolos ligeramente con sus dedos, jugando estos con ellos, recorriéndolos, para ir él ascendiendo lentamente, alargando el tan ansiado momento, que ella y él deseaban con intensidad, casi sin poder resistirse pero que hacía más dulce el instante. Sintió su peso sobre ella, sus labios se encontraron, ardiendo, deseándose, recibiéndola a él en su cálido y húmedo interior, rodeándole con sus piernas, moviéndose a un ritmo continuo y rítmico, oleadas de placer que llenaron la estancia de gemidos y palabras susurradas al oído, palabras íntimas, cargadas de placer y deseo. La noche fue testigo de la entrega mutua de aquellos dos amantes..., el amanecer les encontró abrazados, desnudos, sonrientes.


Una daga reluciente, teñida del carmesí de la mañana, acechaba, esperando su momento, como la guadaña de la muerte, oscilando sobre su presa, incierto el instante del golpe fatal...

domingo, 10 de agosto de 2008

Italia, fotos 2





Italia, fotos


Italia

Muy buenas


Ya regrese como bien saben muchos de mi viaje a Italia, a Bari mas concretamente. Ni que decir que me lo pase genial. Vi muchas cosas e hice otras tantas, pero os voy a hacer un resumen jajajaj, para no ser pesado.


Viaje en tren a madrid, sin problemas, clase preferente y disfrutando de privilegios jajaja, madrid rumbo a la T2, hago de guia para una mujer mayor XD. Sin demora alguna, curioso, el avion sale rumbo a Milan. Los del avion, de Alitalia pues hablando en italiano y en ingles, he de decir que cuando hablan por el comunicador apenas se le entiende nada XD.


Llego a Milan, salgo y primera anecdota, tal que salgo voy a buscar la pantalla para ver la proxima puerta de embarque y tachan! es la misma por donde he salido XD. Sin problemas ni retrasos, increible, jaja, rumbo a Bari. Una vez alli, el viaje sin nada reseñable, fui a por mi maleta y aunque tardo un poco todo bien, salgo y pillo un taxi. Me costo menos de lo que creia y ale, en el hotel.


El hotel resulta que era una villa perteneciente a una Marquesa. Un pedazo de jardin, un ambiente tranquilo, y donde hacen parada muchas azafatas y pilotos de aerolineas. La piscina suele estar frecuentada por estas azafatas, aunque por lo general se puede estar al menos una hora solo por alli.


Toca cena, el hotel cuenta en su cocina con un chef de nombre en Italia, y los platos son de alta cocina, pero no de gran plato y contenido esmirriado, con uno puedes quedarte bien. Y son muy sabrosos. Del hotel ninguna queja, solo una, la conexion a internet no es gratis y si quieres usar los pc o incluso con tu portatil te cuesta...5 euros la hora!


La gente muy amable por alli, buen ambiente, los carteristas alli son muy famosos, por su habilidad, la marcha comienza a partir de las 8 de la tarde, la gente sale a pasear y luego ya se van animando por birrerias (cervecerias aqui) y luego ya a pubs y demas. Un descontrol brutal, las tias de impresion, es raro ver a a alguien con kilos de mas, unos tipazos por todos lados.


Y en la playa ya ni os cuento, en fin, que era muy descarado hacer fotos alli, aparte que las neuronas no funcionaban como para acordarme de hacer fotos XD. Otra anecdota, mientras me daba un paseo por los jardines del hotel, me encontre a dos tias besandose, de una boda que estaba celebrandose alli. Una dama de honor y una invitada, tras unos momentos de indecision, avance y como quien no quiere la cosa, a sabiendas que las habia visto una de ellas saco la llave dejando a la vista el numero y se fueron a la habitacion. Curioso me pase por alli y como esperaba estaba cerrada la puerta.


Luego, visitando y haciendo turismo, he visto la basilica de san nicolas, preciosa y enorme, dos catedrales,un castillo, cuatro iglesias romanicas, el puerto con su precioso paseo maritimo. Playas tiene 3, dos privadas y una publica, tambien vi a marineros pescar pulpos entre los espigones. Su artesania se centra en ceramica y sombreros por lo que no me trai nada de alli. Luego esta la gastronomia, genial, los taralli una exquisitez. Luego el famoso limoncelo.


Buscando el limoncelo y los taralli, por la parte de los barrios, lejos de la zona turistica, encontre una tiendecilla regentada por un hombre mayor, quien me invito a un chupito de wisky, a las 10 de la mañana XD. Por supuesto acepte para no ofenderle.


Otra anecdota es que fui a darle mis felicitaciones al chef, pero como lo hice a mi manera pues no me entendio, ni el metre en ingles, asi que fuimos 5 a la recepcion, 2 camareros, el chef, el metre y yo. Alli el de recepcion si ya les tradujo y entre risas y yo cara de circunstancias, me dieron las gracias y ya me fui a mi habitacion.


A la vuelta, me encontre con dos americanitos que vaya tela, entre uno que queria ser el primero en entrar en el avion, aunque a saber, se me acercaba mucho y apestaba, literalmente, ese tio no se habia duchado en 4 dias o mas. Luego en el avion, otro americanito queria pasarse de listo, tenia pasillo y queria darmela con queso diciendome que yo me habia equivocado y con toda la chuleria cuando le digo que estoy bien sentado dice que quizas...


Ya en mi ultimo trayecto conoci a una italiana, muy simpatica y de ojos azules muy claros. Estuvimos charlando amenamente y la acompañe a recoger las maletas, guiandola un poco. Luego la amiga que la recogia me llevo en coche a la estacion de tren, alli nos despedimos entre abrazos. Estuvo muy bien, nos hicimos fotos de despedida y recuerdo.

Curiosidades I

Bueno, pues aunque muchos dicen y tengo fama de lento al volante..., que es cuestionable pues yo digo que voy de forma fluida sin agresividad.


Pues resulta que..., me han puesto una multa por exceso de velocidad XD. Ya esta pagada y demás y ahora ya me direis XD

lunes, 16 de junio de 2008

Un dia de playa y cosas varias

Wenas


Ayer estuve en la playa, en una de la Linea y de paso di una vueltecita por Gibraltar, si territorio inglesito. Viendo cosillas interesantes que haran que vuelva.


Que guapada de cascos de moto, de chaquetas y a precios muy sugerentes. El alcohol unos 4 euros de media por botella más baratos. Y el tabaco ni te cuento, pero eso si, solo una botella y cartón por persona.


Primer bañito en el mar, compartiendo momentos con mi sobrinita, inolvidable, mi coche, ya sin L, dandole a la carretera y viendo cosas nuevas, el espiritu de la aventura.


Quien quiera apuntarse para ir que avise.


Hida, El Caminante

sábado, 7 de junio de 2008

Sendas por Recorrer, El Origen I

Buenas


Me voy de viaje, aunque no resulte mucha novedad, me voy a Bari, del 1 al 5 de Julio, la razón aparte del placer de viajar, es conocer la ciudad que vio nacer al ancestro que llegó a España en un día de 1814, a San Lucar de Barrameda, y fundó la rama española de mi familia.


En fin, veremos qué encuentro, qué veo, porque comer está claro, jajaj, y a quien encuentro, no es ciudad pequeña, y hay mucho que ver, proximamente más noticias.



Hida, El Caminante

domingo, 30 de marzo de 2008

Musa

Noches de ilusion, esperanza al alba,
que no sueñe otra cosa que las estrellas
bajo las que pasan tu caminar, en el que un suspiro,
una mirada, dicen mas que mil palabras

jueves, 27 de marzo de 2008

Luz

Noche, luz, estrellas, no pueden iguarl a
tu mirada, compañia, camino
no hay momento sin destino
donde quiera que halla futuro
donde quiera que halla un mañana
en el te quiero yo, conmigo

domingo, 23 de marzo de 2008

Poe

Alma que no descansaba
luz de noche que jamas brillaba,
pero todo cambia,
pues quiso el tiempo
que el espacio no
fuera impedimento
y la unión llegara,
aún era de noche
pero ella brillaba
como si de dia se tratara
un sol, una luz,en mi corazón.

Remodelación

Buenaaaaaas


Un fin de semana, intenso, extraño, un bautizo y un cambio interior. Cuando uno lucha por unas cosas, se gana, se pierde, hay cosas que se entienden y otras no. Con todo, siempre se saca algo en claro, esta vez no es distinta, en parte al menos. Esta vez hay algo más, una decisión, una actitud, un cambio interior, la batalla ha sido ardua, el resultado, incierto.


Así que necesito un cambio, un tanto urgente, depende del momento en el que me encuentre, demasiado tiempo en esta situación. Menos mal que tengo muy buena gente a mi lado, a ellos gracias. De mientras toca meditar, ver las cosas con otros ojos y decidir.

domingo, 9 de marzo de 2008

Nada Más

Bueno


Es momento de dejar atrás lo que no puede ser, otro camino que recorrer, ahora es cuando he de volver a subir, retomar fuerzas, sonreir como yo solo se hacer. Toca la adversidad, un camino solitario, por ahora. Nadie puede llegar ni hacer las cosas por uno.


A la aventura una vez más, en el camino, mirando adelante, con una sonrisa de lo dejado atrás. El dolor no es una opción, las lagrimas se han secado, siento un vacio dentro de mi. Pero la noche de oscuridad ha pasado, debe de pasar, las estrellas salen, la luna reluce, alzando mi mirada a su tenue luz, sonrio, quizas un bonito sueño se haga realidad.

miércoles, 5 de marzo de 2008

domingo, 2 de marzo de 2008

Una estrella fugaz

Vinistes en la oscuridad, en la oscuridad te fuistes. Una luz que no llegó a brillar ni a la que pude conocer.

A ti, estrella, te digo gracias, y te deseo buen viaje allá donde vayas...



Y mientras yo, espero, espero y confio. Todo llegará, los sueños se haran realidad, un dia, lo sé, lo siento...



Brindo por ese dia

domingo, 17 de febrero de 2008

Soñar

Olas en el mar, viento en el cielo, estrellas en la noche, no quiero ni deseo, poder ni estar, jamas ni en mi pensamiento, lejano a ti ni un instante, alma mia, dividida en dos, una en ti, otra en mi

miércoles, 6 de febrero de 2008

Brillos

Una noche estaba perdido
una estrella cruzó el cielo
una lagrima cayó
y una joya en el suelo formó
Calida y agradable
su sonrisa brillante
Mi corazón se enamoró
jamás hallaría nadie
como ella seria
Por eso en este dia
en el que los enamorados
hacen públlico su amor
Yo te digo desde lo mas hondo
Te Amo

martes, 5 de febrero de 2008

Suspiros

Luce estrella mia en la noche
que te conocí en el firmamento
de mi corazón.
Jamás ví una belleza igual que
me trasmitiera la sensación
tan profunda que albergo
y ese brillo de inteligencia
que me hace ascender
hacia lo más alto.
Mientras, luz mia, eres faro
que en las brumas me guias
y despierto o soñando
nada hay mas bello
que ver una sonrisa
en tus labios...

domingo, 3 de febrero de 2008

Luz entre la Oscuridad

Bueno

Allá vamos, a la aventura, a ver si en febrero, dicen mes del amor, consigo viajar, distraerme y relajarme. Por lo pronto a conocer a gente nueva y vivir nuevas experiencias.

A veces lo viejo se echa de menos, pero tranquiliza saber que ahí está siempre.

martes, 22 de enero de 2008

Sueños Rotos y un Nuevo Camino

Bueno, una vez más camino en solitario, aunque con nuevas experiencias muy agradables que compensan con creces la que no. Personas agradables que siguen ahí para mi regocijo, con las que seguir compartiendo más vivencias.

La alegría se ha esfumado, la tristeza se ha instalado fría y helada, lentamente el calor vuelve, tibio calor que apenas calienta. Es la hora de despertar de un sueño, roto por no saber, no escuchar. Es momento de volver a caminar, suspirar, anhelar y desear que un sueño hermoso llege y se haga realidad.


Gracias por Todo.

viernes, 4 de enero de 2008

miércoles, 2 de enero de 2008